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CARDENAL CISNEROS-
EXPEDICIÓN 2008.
Agosto
2008
El día amaneció radiante y a las siete en
punto el despertador del teléfono móvil anunció el inicio de la jornada.
El cielo exhibía un hermoso color azul y el sol aún no estaba alto. Era
preciso aviarse rápido y salir pronto al mar, antes de que los rigores del
calor hicieran más ardua la tarea del embarque del equipo. Abajo ya están
moviendo material hacia las furgonetas. Miro a mi compañero de habitación
que aún dormita placidamente. Un ligero estremecimiento --emoción y
fresquillo mañanero a partes iguales-- me recorre mientras me visto y bajo
a desayunar.
Llegamos a Muros a finales de Julio. Nuestro barco
llegó a puerto pasado el mediodía, después de una incomoda travesía desde
Vigo. Una jornada más para los preparativos logísticos y de material
necesarios para la expedición y hoy ya estamos listos para comenzar.
Contemplo alternativamente el mar y a mis compañeros --gente especial--
mientras nuestra estela flanquea la costa de Muros. Si todo va bien todo
el trabajo desarrollado durante un año nos llevará a bucear entre los
restos del “Cardenal Jiménez de Cisneros”, crucero acorazado de la Armada
española hundido en 1905 y que ahora reposa a setenta metros de
profundidad.
Sobre una amplia superficie marina que se extiende
varias millas frente a la costa, desde el cabo Finisterre hasta Muros, se
despliega una amplia zona salpicada de bajos y secas, a través de la cual
surcamos las aguas en dirección a los restos de lo que hace dos años
pudimos identificar como pecio del “Cardenal Cisneros”. Los casi ocho
metros de embarcación van repletos de equipo, mientras surcamos las olas a
primera hora de la mañana con rumbo noroeste abandonando la ría. Todos los
integrantes del equipo, -- Alexis Macia (Buceo Islas Cies de Vigo), Jose
Manuel Silva (Buceotek de La Coruña), Juan Montero(Club del Mar de La
Coruña), Unai Artaloitia y Jesús Villalba (Asociación Kresala de Bermeo)
–usamos equipos Rebreather de circuito cerrado eCCR Inspiration y Sentinel,
y botellas de doce litros como contingencia para ser portadas
conjuntamente con los CCR. El barco va repleto. Por si fuera poco hay que
añadir el equipo de fotografia de Jesús y el de video de Jose Manuel,
además de varios sistemas de fondeo, boyas etc. Para las inmersiones hemos
preparado un Trimix 13/70 mezcla elegida así también para utilizarla en
alguna otra inmersión exploratoria durante estos días más profunda que la
del Cisneros.
Planeamos largas inmersiones sobre un fondo
máximo de 70m., con una profundidad media de buceo de 65m. dado el estado
de los restos. Treinta y cinco minutos en el fondo, dedicados al
reconocimiento y la exploración viene siendo la media propuesta. Los CCR
han permitido algunos dias a los más aguerridos tiempos de fondo de
¡cincuenta minutos!.... algo impensable con circuito abierto. Luego,
largas, larguísimas descompresiones, dificultadas por un notable mar de
fondo que hacía difícil permanecer estables en las cotas descompresivas
mas someras. Bien sobrepasadas las dos horas, asomaban los rostros a la
superficie, plenos los ojos y el espíritu de impresiones.
Una línea bien amarrada comunica el pecio con la
superficie, donde una boya colocada al efecto señala su posición. Bajo el
sol de la mañana descendemos en el azul dispuestos a explorar los restos
del que otrora fuera formidable acorazado de la Armada. El pecio yace en
una zona de grandes promontorios rocosos. El casco se define como una
línea siguiendo las sinuosidades de la piedra, formando a grandes tramos
un estrecho pasillo entre la pared y las estructuras elevadas. De tanto en
tanto sobresalen los grandes “Canet” con sus casamatas retorcidas y alguna
medio aplastada casi al ras de la arena en las zonas más profundas tocando
los 70m. Las cubiertas se abren, vencidas por el peso de los materiales,
el trabajo del mar y el largo tiempo sumergidas, mostrando su interior.
Por la zona central siguiendo la línea de crujía hacia la popa nos
detenemos contemplando la maquinaria que imprimía movimiento a las dos
grandes hélices de cuatro palas y cinco metros de diámetro. Las enormes
calderas, enfriadores, hornos y grandes engranajes cuya labor sirvió en
otro tiempo para impulsar al gran acorazado. Una vez remontadas estas
estructuras, el desnivel del barco, nos lleva a una superficie tapizada de
restos, sobre la cual destaca el gigantesco cañón de 240mm, tumbado del
revés, mostrando el preformado de encaje en la estructura y el hueco
central que permitía el acceso al habitáculo a través de un largo pasillo
tubular interior. Diez escaso metros más allá, aparece una de las
magníficas hélices que lo propulsaban, adosada a una larga fracción de
eje. Grandes planchas que conformaban la popa, algunas piezas no
identificadas y lo que parece ser el gran timón completan el panorama. En
este punto fijamos el hilo guía.
Unai y José Manuel bajan otro cabo hacía la proa y lo
fijan en el tubo del cañón “Guillen” de 240mm. Nos detendremos largo
tiempo en esta zona en la que se encuentran los restos dispersos del
puente -- totalmente deshecho-- y el habitáculo blindado que hacía las
funciones de torre de mando del comandante y torre de combate. La cámara
filma los elementos de comunicación y múltiples componentes…Planchas,
tuberías, cables, miles de kilos de munición de distintos calibres
dispersa y reunida junto al cañón principal de proa, que se mantiene de
costado y volteado sobre una roca. Navegando un poco más hacía la proa nos
encontramos una de las anclas --quizás la de babor—se encuentra horizontal
y disimulada sobre los restos dispersos. Me recuerda uno de esos
pasatiempos de “quid” en el que una figura se encuentra oculta en medio de
un dibujo. Un par de enormes planchas muestran los grandes huecos – los
escobenes-- por donde discurren todavía las grandes cadenas que soportaban
el peso de las anclas. Parte de lo que parece una grúa, los molinetes de
izado etc. Sin embargo ya no existe la hermosa proa que exhibía el buque.
En su lugar aparecen caídas las grandes planchas que la conformaban y
multitud de hierros retorcidos. Justo al lado de estribor hay una caída
totalmente vertical en la roca de unos 15 ó 20 metros a modo de
desfiladero por la que se han deslizado piezas y planchas de esta parte
del barco. Si uno se detiene durante un buen rato deambulando por la zona,
puede descubrir gran cantidad de munición y alguno de los pequeños cañones
de 57mm. “Nordenfelt”. Observo durante un rato el gran pie del timón, José
Manuel me señala el ancla mientras los flashes de la cámara fotográfica de
Jesús no dejan de dispararse. Una vez acostumbrado a la penumbra, la vista
puede recrearse en una observación más minuciosa, en los detalles y las
impresiones.
Mis compañeros de buceo tienen amplios conocimientos
sobre barcos y mecánica y la zona de proa, desde los restos del puente,
ofrecen un interesante campo de reconocimiento. Observo como son capaces
de descubrir y definir piezas – grandes y pequeñas – que a mi se me
antojan masas informes de utilidad desconocida. Yo, por mi parte, me
intereso sobre todo por el “paisaje”, el ambiente que el pecio recrea tras
el paso de los años. De sus restos retorcidos emana un hálito especial y
conmovedor. Después de muchas horas de inmersión en estos pecios grandes y
lejanos, solitarios y profundos; siento que cuanto mas grande es el pecio,
más densa y atractiva es esta líquida atmósfera en la que – envuelto y
seducido – el observador, con todos los sentidos necesariamente alerta,
bucea en un pedazo de pasado. No importa que hayas buceado antes en él,
volver de nuevo a un pecio como este siempre resulta impresionante, te das
cuenta de ello cuando llegando al fondo tus ojos empiezan a ver de nuevo
su magnitud.
Alex y yo
trabajamos en el tendido de un hilo guía que establezca un itinerario
sobre el costado de babor. El “zurcido” que tendemos finaliza sobre el
segundo “Canet” de 140mm - contando desde proa – y deja abierto un
“camino” sobre el cual poder desplazarse de forma rápida y segura,
pudiendo completarse la exploración de esta parte del barco. La
visibilidad es muy pobre este año, según días y zonas concretas a veces no
supera los dos metros. No resulta cómodo avanzar por esta banda, hay una
corriente constante de intensidad moderada que fluye desde el exterior del
costado que recorremos y que dificulta el avance cuando uno sale de la
“protección” que ofrecen las estructuras elevadas o pretende enfilar hacia
la borda de babor. El ordenador nos señala el momento en que debemos
abandonar el buque y de forma paulatina nos vamos concentrando en torno y
a lo largo del cabo que asciende hasta superficie.
Regresamos a nuestro mundo rodeados de patarines, bandos de pequeños peces
y abundantes medusas, a los que tenemos ocasión de contemplar durante las
largas descompresiones. El mar está duro a siete millas de la costa más
próxima. Equipos y personas reciben un trato exigente y solo la buena
forma física, la motivación y la concentración nos mantienen en la faena
día tras día.
Texto:
Juan Montero
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